LOS MIEDOS INFANTILES A LOS RUIDOS FUERTES
Montse García
Psicóloga col. Nº CV11233
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Todos
conocemos a algunos niños pequeños que temen a los ruidos fuertes, en concreto a los petardos, tracas, incluso a
la explosión de un globo o a un portazo muy brusco. Estos niños y niñas suelen
ponerse muy nerviosos, empiezan a llorar y sus reacciones negativas van en
aumento si no se les aparta rápidamente del estímulo que temen. Sólo les
consuela ser abrazados por algún ser querido y que les alejen de la zona donde
ya no oiga los ruidos.
Los padres que tienen hijos con estos temores puede que hayan probado diferentes estrategias para que no se aterroricen cuando escuchan estos sonidos: intentar tranquilizarles, explicarle lo que es, darle información para que sepa que no pasa nada, asegurar que sus padres le protegen por lo que no está en peligro… Pero, sin embargo, parece que lo único que realmente le consuela es dejar de escuchar los ruidos.
Una buena
manera de empezar a tranquilizarnos y
adquirir perspectiva es informarnos en primer lugar sobre los miedos más
comunes que sufren los niños desde 1 año a los 8 años según la etapa evolutiva
que atraviesan.
1 año:
separación de los padres, ir al baño, heridas, personas extrañas.
2 años: ruidos fuertes, animales, oscuridad,
separación de los padres.
3-5 años:
disminuyen el miedo a la pérdida de soporte y a los extraños. Se mantienen el miedo a los ruidos fuertes, a la separación, a los animales y a la oscuridad. Aumentan el miedo al daño
físico y a las personas disfrazadas.
6-8 años: disminuyen el miedo a los ruidos fuertes
y a las personas disfrazadas. Se mantienen el miedo a la
separación, a los animales, a la oscuridad y el daño físico. Aumentan el miedo a los seres
imaginarios (brujas, fantasmas), tormentas, soledad y escuela.
Por tanto
si observamos el cuadro anterior comprobaremos que el miedo a los ruidos
fuertes es evolutivo y normal en la etapa que abarca de los dos a seis años de
edad. A medida que el niño crece, si la intensidad de su miedo permanece igual
o se intensifica ya podemos empezar a preocuparnos por este problema. Hay que
tener en cuenta que la especie humana está biológicamente preparada para
aprender respuestas fóbicas a estímulos que filogenéticamente han constituido
una amenaza para la supervivencia de la especie.
Así lo que
nos interesa es saber si en realidad vuestro hijo o hija está sufriendo un
miedo “normal” para su edad o bien la intensidad y el malestar que le producen
los sonidos fuertes se puede empezar a catalogar más como una respuesta fóbica.
Digamos que
el “quid” de la cuestión está en observar si la respuesta es desproporcionada
en relación al estímulo. Por ejemplo una respuesta apropiada sería tenerle
miedo a los leones porque el estímulo es verdaderamente peligroso, pero en
cambio si se reacciona del mismo modo ante una paloma podría considerarse como
fobia animal.
Asimismo es
importante comprobar si la respuesta resulta desadaptada, eso es si la alta
intensidad de su reacción le causa malestar, preocupación, alteraciones
psicofisiológicas (temblores, náuseas, mareos, pesadillas, etc.) y conductas
perturbadoras (gritos, llantos, rabietas…), que estén interfiriendo en el
estilo de vida del niño o niña y estén repercutiendo negativamente en su
desarrollo personal, vida familiar o en cualquier otra área.
Puede ocurrir que los padres no sean capaces de localizar ninguna situación
vivida por el niño o niña que haya “condicionado” al infante a tener miedo de
estos sonidos estrepitosos y esta sensación de no tener una causa conocida aún
produce más angustia en los progenitores.
Sin embargo
en este sentido es bueno tener en cuenta que en ocasiones el aprendizaje de
estas respuestas de temor no se adquieren solo a través de experiencias
directas. Las experiencias negativas pueden ser vicarias, lo que significa que el
niño o niña puede haber visto a otros, en vivo o filmados. Otro modo de
adquisición es la transmisión de información amenazante, esto es muy típico en
los padres, abuelos, etc. cuando avisamos a nuestros hijos de lo peligrosos que
son ciertos ruidos, cosas, o animales. Por este motivo NO es aconsejable intentar disuadir a nuestros hijos “amenazándoles” con que si hacen
algo que no queremos se encontrarán con el “hombre de los petardos” y cosas
así.
Es
útil que los padres observemos las reacciones que van teniendo los niños ante los estímulos temidos
y que anotemos la frecuencia con que tienen estos miedos, si tienen alguna
pesadilla relativa a los mismos, si la intensidad de sus reacciones es alta y
sobre todo si consideramos que estos miedos le impiden desarrollar una vida
normal. Si la frecuencia o la intensidad le producen gran malestar es
aconsejable que acudas a la consulta de un psicólogo para que pueda evaluar con
exactitud este problema y aplicarle el tratamiento adecuado al niño, que en el
caso de las fobias específicas son muy eficaces.
A modo de
conclusión diré que aunque no es bueno extremar nuestras preocupaciones ya que
los miedos evolutivos forman parte del desarrollo normal de nuestros hijos,
tampoco debemos subestimar el sufrimiento de nuestros pequeños bajo la creencia de
que con el tiempo todos estos problemas irán desapareciendo, por lo que considero
que no hay que quitarle importancia sino informarse a través de fuentes fiables
y emplear el sentido común.
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